EL EXTRAORDINARIO
Leonel Torres Salinas
Aún brillaba la luz del sol a través de las viejas cortinas rojas que se mecían al viento; sobre una pequeña mesa se albergaba una triste flor de aquella habitación sombría, viciada por el humo de un cigarrillo sin terminar en el cenicero de cristal, el sutil hálito de un café, amargo por recuerdos interminables antes de despertar, despabilaba a una mente desordenada en el caer de la tarde; la cara le ardía y su cabeza era martillada por mil demonios pisoteando fuerte, el sabor a sangre en la boca hacía juego con los cardenales de su cuerpo. Trataba de recordar el pobre Ignacio, trataba de entender lo que recordaba y trataba de negar lo que entendía.
-Mijo, ya va siendo hora de que se levante, ¡ánde a traerme un poco más de leña!
Doña Eduviges del Socorro estaba a un lado del fogón, removiendo unas ollas y cortando unas hierbas en la mesa, los surcos en su piel daban fe de los muchos años que hubieron de pasar por su frente para tener esa faz morena, tranquila y chimuela, con sus manos cansadas pero pacientes, removía una y otra vez aquel menjurge del cual se desprendía un extraño aroma.
Incorporándose de a poco, levantóse Ignacio con gran dolor, el cuello torcido y un hombro dislocado, apuró de un trago el chupito de mezcal al lado del jarro de café, escupiéndolo enseguida al sentir en su boca el fuego del alcohol en las heridas; se limpió con el puño de su camisa y procedió a sorber de aquél café de olla con piloncillo, que tanto le había gustado de escuincle cuando visitaba a su abuela.
-Madrecita, siento la cabeza tan revuelta, ¡y tan dolorida! que creo ya está toda quebrada, pos se me jueron las memorias y ya no sé ni a qué hora he pasado de mi casa a la de asté.
-Esto es un asunto mijito, que pronto has de resolver, búllele por la leña y atízale a las brasas, que con este remedio te será más fácil ver.
Saliendo entre pensamientos confusos y enmarañados, Ignacio fue por la leña mientras su abuela acababa de ponerle los últimos manojos de árnica y belladona a la infusión, con fermento de maguey y cocido de biznaga pelona, que solo la gente más grande y vieja del rancho de “El Varal” sabía preparar.
Al entrar su nieto y arrimarle las ramas y troncos secos que había juntado, avivó el fuego que triste aparentaba consumirse, le indicó se sentara en la mecedora en el patio frente a la casa, al lado de los columpios de costales y mecates, que había puesto el buen Ignacio en los huizaches, para cuando sus retoños se aburrieran al visitarla, dándole una vista de los cerros tan bonitos, tan reverdecidos en las lloviznas de finales de verano y principios del otoño acá en el Guanajuato.
En esto estaba pensando apesadumbrado Ignacio, sentado en la mecedora, mientras sus ojos se llenaban del último naranja de la tarde, cuando su abuela con otro humeante jarro llegaba a interrumpirle amablemente, le hizo extender el brazo, y la viejecita valiéndose de su poca fuerza y el vaivén de la silla, acomodóle el hombro dislocado de un tirón bien pronunciado que ni él mismo se creyó.
-Tómese este tecito mijo, y entre más le tome y más feo le sepa, usté no se raje hasta que le haya visto fondo, y cuando se lo encuentre, déle un saludo de mi parte.
Pensando en haberle escuchado mal la última parte, empezó a beber de aquel viscoso y amargo revoltijo, sintiendo que las tripas se le volteaban al momento, aferróse a seguir en tal faena, que pronto ya no hubo más del contenido.
Por un momento de eructos encontrados, iba sintiéndose devolver cuando de pronto, su vista se oscureció y perdiendo el equilibrio sentía en sus miembros como se iban desvaneciendo entre los cerros, hasta que de repente no hubo más mundo que sí mismo en un espacio oscuro, sin nada más que una profunda soledad iluminada fugazmente por espectros de colores que efímeros danzaban ante sus ojos. Ahí fue cuando al fijar la vista en la negra inmensidad, le pudo identificar, blanco, blanco como la nube en el cielo, como el coral del mar, un punto en lo lejano que crecía al dirigirse hacia él.
-¿Cómo estás Ignacio? ¿Hay algo que quieras saber?
De repente, como un rayo en la tormenta oscura, Ignacio le reconoció, pues su padre y el padre de su padre le habían platicado de aquél señor de barba blanca, que no había nada oculto para él, y todas las respuestas en sus ojos se reflejaban con tan solo mirarlo, aquél individuo conocido como el extraordinario, era él, ése que estaba frente a Ignacio.
-Señor, fíjese asté que hoy he despertado molido, agotado y sin memoria, en una casa diferente a la mía cuando se supone debía haber llegado con mi Susanita pa comer y enseñarle unos trabajos a mi chilpayate, a mi dieguito.
-Ya sé de qué me hablas, bueno, te explicaré, haz de cuenta que hoy del trabajo hubiste llegado, cansado y sin comer, cuando pronto entrando a casa, te encuentras al patrón con tu mujer y sin pensarlo ni un segundo tu machete a su cabeza fue a caer.
Como sus matones le estaban buscando, su grito les comunicó, que en tu casa y con tu mano al señor llegaste a herir, apurando el paso entraron y tu pronto para huir, pos te fueron correteando para ver tu alma morir.
De tanto miedo fuiste por las calles empedradas, y en un traspié te alcanzaron a surtir, pero te zafaste de milagro y en la sierra caíste revolcado, arrastrándote a la casa de tu vieja abuela santa.
Esto fue lo que pasó, pero a tu abuela yo le debo algunos favores, así que te daré la oportunidad de que vuelvas a elegir, tienes que tomar en cuenta, que aunque los impulsos y el coraje son de los sentimientos más humanos, la prudencia y la comunicación son las herramientas que se les han dado a los hombres para irse construyendo más allá de lo animal. Le mando muchos besos a mi Eduviges.
En eso, como si de un sueño se tratase, en el campo Ignacio despertó, al mirar su reloj se percató de ser justo la hora de salir del trabajo, tomó sus cosas y ampliamente consternado sobre lo que había sido realidad, llegaba a la casa para encontrar al Don Refugio con su esposa, tal y como se lo había contado el extraordinario, pero en vez de sacar su machete, agarró a su mujer y el patrón confundido se empezaba a disculpar en lo que llegaron sus matones, subieron a la camioneta a su jefe y se marcharon sin más.
Ignacio no había tenido una vida fácil, el ser abusado por el cacique de su rancho y con la necesidad de los sábados salir del pueblo para Silao y de Silao a León, con su costal de chiles que habría de llevar en la oruga apretado y llegar al centro para ofrecerlos a dos pesos por kilo, se hubiera contentado por continuar la historia como ya se la habían mostrado, pero aquella no terminaba bien ni para él, ni para su Susana ni su dieguito.
Así fue como decidió ir hasta Guanajuato en búsqueda de cómo arreglar el agravio que había tenido su familia, hasta llegar al Centro Estatal de Justicia Alternativa del Estado de Guanajuato donde le aconsejaron tomar el servicio de mediación como forma alternativa para resolver su conflicto.
Se procedió con el proceso, y Don Refugio, aunque era un hombre ambicioso, no era de mal proceder, atendiendo a la propuesta se les asignó un mediador, con ayuda del cual Ignacio pudo saber, del engaño de la esposa del patrón y que en la borrachera había entrado a su casa para olvidarse de aquélla mujer.
Ambos llegaron al acuerdo de un desagravio por parte del patrón y una mejora de las condiciones laborales ante las cuales se regía Ignacio, reconociéndolo como buen trabajador y hombre de valor.
Fin.
(dibujo de Alejandra Anguita-http://anguitown)